Errores armónicos

¡Imbécil, imbécil, imbécil! La madre que le parió al tontolaba que tenía que acordarse de poner a cargar la batería de la cámara… Simplemente se trataba de enchufarla un par de horas antes del rodaje. ¿Tan difícil era?

Sólo nos queda una escena por rodar. Lo haremos esta tarde, antes de que la gente se vaya de vacaciones. No podemos retrasarnos más. El cuarto capítulo ha ido muy despacio, demasiada desorganización y demasiados problemas… y ahora al responsable de la cámara se le olvida cargar la batería… ¡Será imbécil!

Tenemos unos pocos minutos de batería para grabar la escena. Será mejor que las tomas sean buenas, así que ensayamos más que de costumbre. No puedo seguir lamentando haberme olvidado de enchufarla. La puse en la mesa, para verla y acordarme. Y aún así, se me olvidó.

Comenzamos a rodar. La cosa va más o menos bien… Bueno, no tan bien. La batería está más baja aún de lo previsto. Nos falta al menos un plano cuando se acaba…

Vamos a por un cable que permita cargarla a través del portátil. Tras conseguir el cable, enchufamos y empieza a cargarse. El problema es que el sol ha comenzado su descenso. Todavía queda luz para rato, pero es una luz cada vez más rojiza. Habrá que arreglarlo en post-producción. Sin embargo, no podemos permitir que cambie demasiado, ya que los arreglos posibles son limitados… Así que decidimos empezar a grabar con lo que tengamos. Sólo necesitamos una toma buena. Sólo una.

Encendemos la cámara. 4 minutos de batería. Justito. A ver si sale… A sus puestos. Sonido grabando. Cámara grabando. ¡Acción… para, para, para! ¡Apaga la cámara!

A unos quince metros se ha sentado un señor en un banco. Ajeno a nuestro drama, se ha sacado una armónica del bolsillo y se ha puesto a tocarla. ¡Una armónica! ¿Cuántas veces, perdido lector, has escuchado tú a alguien tocar la armónica en un parque? Sí, todos hemos tenido una armónica entre las manos y todos la hemos intentado tocar. Pero en la práctica nadie se baja al parque, se sienta en un banco, a modo de solitario cowboy deprimido, y se pone a tocar la armónica. Nadie excepto aquel señor en aquel día, aquel lugar, aquella hora.  Aquel señor que tenía la puntería que todo el mundo quería…

Por suerte, sin saber cómo ni porqué, todo salió bien. Rodamos ese último plano. Lo montamos y quedó hasta decente. Incluso el vuelo de unos pájaros adornó el final de la escena.

Lamentablemente, ese día fue David el director. Desde entonces no ha parado de repetirme: «Fue gracias a mí. Salió bien gracias a mí…». Lo que me fastidia es que quizá tenga razón.